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¿Cuán cerca estamos del universo de Wall-E?

Wall-E, la película de Pixar estrenada en 2008, es mucho más que una historia sobre un robot solitario. Es una de esas películas que, detrás de una animación entrañable, contiene una profunda reflexión sobre el mundo que habitamos. En su aparente simplicidad, esconde preguntas incómodas, advertencias veladas y una visión del futuro que, con cada año que pasa, parece menos ficción y más crónica adelantada.

En la historia, nunca se dice con exactitud en qué año ocurre la acción, pero por los diálogos, los recuerdos grabados y las condiciones del planeta, podemos intuir que han pasado varias generaciones desde que la humanidad abandonó la Tierra. Algunos cálculos apuntan a más de 700 años. ¿La causa? Una contaminación tan extendida que volvió el planeta inhabitable. Las plantas dejaron de crecer, los animales desaparecieron y el aire se volvió irrespirable. Así nació la necesidad de evacuar la humanidad y llevarla a vivir a bordo de una nave llamada la Axiom, donde los humanos sobrevivientes continuarían su existencia rodeados de pantallas, comodidad automatizada y una desconexión casi total con la vida real.

Durante los primeros minutos de la película, no hay diálogos. Solo basura. Torres de desperdicio. Oxidación. Silencio. Wall-E, el pequeño robot protagonista, no es solo el encargado de limpiar esa ruina: es también nuestro espejo. Lo que vemos no es un futuro remoto: es una representación exagerada, pero inquietantemente familiar, de nuestro presente. Es la forma que tiene el cine de advertirnos con ternura lo que la realidad grita con crudeza.

Y si te preguntas si ya existe una nave como la Axiom, puede que no tengamos todavía un crucero flotante donde la humanidad viva y se entretenga sin caminar… pero basta con mirar los avances en exploración espacial. Las misiones a Marte, los estudios sobre las lunas de Júpiter como Europa o Ganímedes, los proyectos privados de colonización espacial como los de SpaceX, Blue Origin o Virgin Galactic, muestran que la idea de dejar la Tierra ya no suena tan disparatada como hace unos años. Las noticias sobre hábitats artificiales, cultivos hidropónicos espaciales y estaciones de vida autosuficiente ya están entre nosotros.

Sin embargo, la verdadera pregunta no es si ese universo está cerca o no.
La pregunta es mucho más inquietante: ¿cuántos pasos ya hemos dado en esa dirección?

Y es que, en muchos aspectos, ya estamos viviendo en una versión previa del mundo de Wall-E. Solo que en lugar de un robot barrendero y simpático, lo que tenemos son estadísticas, gráficos, informes científicos y titulares preocupantes.

Volvamos por un momento a la Axiom y a sus pasajeros. Las personas que viajaban en esa nave, si bien estaban físicamente cerca unas de otras, vivían completamente desconectadas del contacto humano. Sus vidas se reducían a estar sentados en sillas flotantes, rodeados de pantallas, atendidos por máquinas y constantemente estimulados por entretenimiento vacío. Aunque la película nunca lo dice abiertamente, para algunos de ellos, eso era su trabajo: estar ahí, consumir, mirar, seguir el flujo.

Hoy, cada vez más jóvenes optan por trabajos digitales que, aunque dignos y legítimos, imitan en gran medida ese esquema: jornadas enteras frente a una pantalla, trabajando desde casa, interactuando sin tocar. No se trata de juzgar esas decisiones —a menudo son las únicas disponibles— sino de preguntarnos quién construyó el mundo para que esa fuera la salida más viable. Y la respuesta, con honestidad, somos nosotros.

Los datos están ahí, como postales de advertencia:

🗑️ Islas de basura flotando en el océano
La más grande está en el Océano Pacífico Norte, entre Hawái y California. Mide más de 1.6 millones de km², casi tres veces el tamaño de Francia. No es una masa compacta, sino una sopa viscosa de residuos plásticos, redes de pesca, microplásticos y desechos de décadas. Un cementerio flotante de nuestras decisiones.

🌫️ Ciudades donde el cielo se ve poco
En urbes como Nueva Delhi (India) o Beijing (China), los niveles de contaminación del aire son tan altos que hay días en los que se recomienda no salir de casa. Se han instalado pantallas gigantes que proyectan un cielo azul falso. Y mientras tanto, los pulmones respiran partículas que matan lentamente.

☢️ Lugares inhabitables durante milenios
En Chernóbil (Ucrania), el nivel de radiación tras el desastre nuclear de 1986 sigue siendo tan alto que los expertos aseguran que no podrá habitarse de forma segura por al menos 20 mil años. Aunque la naturaleza ha retomado el espacio, lo hace bajo una calma engañosa, donde la vida y la muerte conviven en silencio.

🛍️ Un modelo de consumo insostenible
Cambiamos celulares cada dos años. Compramos ropa que usamos una vez. En 2023, el mundo generó más de 50 millones de toneladas de residuos electrónicos, muchos de ellos sin tratamiento adecuado. La cultura del «usar y tirar» se ha instalado incluso en las relaciones humanas, los trabajos y las ideas.

🤖 Automatización, sedentarismo y desconexión
Trabajamos sentados. Pedimos comida sin movernos. Socializamos por aplicaciones. Nos entretenemos viendo otras vidas, y muchas veces, ya no participamos de la nuestra. Cada día parecemos más a los humanos de la Axiom: redondos, desconectados, cómodos… y tristes sin saber por qué.

Todo esto no significa que el destino esté escrito. Wall-E no fue creada para resignarnos, sino para detenernos a pensar. La película termina con una semilla, con una pequeña planta que representa el regreso de la vida, la posibilidad de empezar de nuevo. Nos recuerda que aún hay tiempo, pero que no será eterno.

Lo más curioso —y doloroso— es que muchos de los datos actuales ya coinciden con lo que la película imaginó como un futuro lejano. Ya hay lugares sin cielo, mares sin peces, campos sin árboles, relaciones sin contacto. La diferencia es que nosotros aún tenemos elección. Aún podemos cambiar el guion.

Y quizás por eso Wall-E sea una historia tan poderosa: porque detrás de sus ojos grandes, su voz temblorosa y sus manos oxidadas, hay una pregunta que no deja de flotar en el aire:

¿Queremos ver el final… o escribir otro guion?

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