
Nelson Mandela pasó veintisiete años en prisión. No en una celda cómoda, sino en condiciones duras, aislado, vigilado, reducido al mínimo. Durante ese tiempo, su libertad exterior le fue arrebatada, pero cultivó otra libertad más difícil: la interior.
En su autobiografía, cuenta que una de las cosas que más lo sostuvo fue la capacidad de concentrarse en su respiración. No había mucho más qué hacer. No podía correr, no podía gritar, no podía cambiar su situación. Pero sí podía respirar. Y en esa repetición sencilla encontró una forma de mantenerse presente, de no ser arrastrado por la desesperación.
Respirar. Parece poco. Pero en medio de la ansiedad, es todo.
Cuando sentimos ansiedad, nuestra mente se adelanta. Nos lleva al “¿y si…?”, al “¿qué va a pasar si esto no sale?”, al “no puedo más”. Es como estar encerrado, no en una celda física, sino en una jaula de pensamientos. Y como Mandela, lo único que a veces podemos controlar es la forma en que respiramos.
Respirar es una manera de decirle al cuerpo: “No hay peligro ahora”. Porque la ansiedad engaña. Nos hace creer que algo terrible está ocurriendo, aunque no esté pasando nada. Pero el cuerpo reacciona igual: tensión, palpitaciones, sudor. Y al respirar con calma, sin apuro, ese mensaje se revierte.
Mandela no cambió el mundo desde la urgencia. Lo cambió desde la paciencia. Desde el silencio forzado. Desde un ritmo de vida que lo obligó a ir hacia adentro. Allí, donde no había discursos ni multitudes, aprendió a escucharse. Y en ese silencio encontró fuerza.
Hoy vivimos en el ruido. De redes, de noticias, de expectativas. Silenciar ese mundo externo es difícil. Pero el primer paso puede ser tan simple como hacer una pausa y notar el aire que entra y sale de tu cuerpo.
Respirar no va a resolver todos tus problemas. Pero puede hacer que no te ahogues en ellos.
Y eso, a veces, ya es una revolución.
Quizás no puedas cambiar tu entorno hoy. Quizás no puedas huir del estrés, del trabajo, de las noticias. Pero puedes cerrar los ojos. Respirar. Volver al presente. Sentir que, aunque sea por un momento, estás aquí. No en el miedo del futuro, no en la culpa del pasado.
Aquí. En ti.
Mandela no se salvó por respirar. Pero respirar le recordó, día tras día, que aún era dueño de algo. Que aún podía elegir cómo sostenerse.
Y tú también puedes. Solo respira.
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Comments (1)
¿Nunca te rindas? – Pablex2.0says:
14 de julio de 2025 at 10:06[…] El silencio de Mandela […]