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¿Todavía sabemos mirar?

Cap001 • La Mirada de Jesús 

No me refiero a ver. Ver es automático; ocurre sin permiso. Abrimos los ojos y el mundo irrumpe. Pero mirar… mirar es elegir quedarse. Es dejar que lo observado nos hable. ¿Cuándo convertimos la mirada en juicio en lugar de encuentro? ¿Cuántas personas atraviesan nuestra vista sin habitar nuestra atención? Redes sociales, noticias, rostros anónimos, paisajes convertidos en decorado… Todo lo registramos, nada lo palpamos. Hemos vuelto la mirada utilitaria: vemos para usar, para responder, para consumir. Pero mirar de verdad exige silencio, exige piel. Quizá por eso nos ahoga la ansiedad: el mundo desfila ante nuestros ojos, pero no anida en nosotros.

 

Hubo un tiempo en que observar era pensar. Cuando el cielo no era techo, sino pregunta. Cuando la semilla bajo tierra era promesa, el fuego no solo peligro sino abrazo, y el rostro ajeno revelaba que soledad y humanidad son incompatibles. Fue el primer lenguaje: antes que las palabras, el asombro. Antes que el alfabeto, la pupila. La mirada fue el génesis del conocimiento. Hoy, en cambio, vemos más y entendemos menos. ¿No estamos ciegos de saturación? ¿No nos duele ya este ver sin sentir? ¿Cuántas miradas perdimos hoy por la prisa? ¿Cuántas veces el espejo nos devolvió un extraño? Recuperar la mirada no es nostalgia: es resistencia.

 

La historia la escriben quienes supieron observar. Leonardo no inventó; descifró. Estudió el vuelo, la corriente, el músculo, porque miró con devoción. Spinoza halló lo divino en lo tangible. Darwin leyó en los picos de los pinzones el alfabeto de la vida. Todo nace de una mirada atenta. ¿Y nosotros? ¿Cuándo fue la última vez que contemplamos sin querer apropiarnos, sin medir ganancias? La mirada verdadera no domina: interroga. Y quien pregunta, cuida. Puede ser muro o ventana, cicatriz o consuelo. Pero cuando alguien nos mira sin prisa, sin máscara, algo en nosotros se calma. Porque ser visto es ser nombrado.

 

Y ahí está Jesús. No el de los milagros espectaculares, sino el de los ojos que preceden a los actos. «Al ver la multitud, tuvo compasión». «Mirándolo, lo amó». No comenzaba con sermones, sino con presencia. En Pedro el inconstante, en Zaqueo el tramposo, en la mujer doblada por el dolor: su mirada tocaba lo que otros evitaban. No era mirada de escáner, sino de reconocimiento. Y reconocer es el primer paso para amar. Incluso en la cruz, sus pupilas no se cerraron: «Perdónalos, no saben». ¿Y si aprendiéramos a mirar así? ¿Si nuestros ojos sanaran en lugar de categorizar? Quizá, solo quizá, recuperar esa mirada sea el primer paso para volver a ser humanos.

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