
No sé cómo hay personas que dicen: “Esta escena marcó mi vida para siempre.” No es que esté mal, pero pienso que para que algo marque tu vida, debió ser muy contundente… o tal vez hay escenas que te marcan para cosas específicas. A mí me pasó con una película, y no sé si cambió mi vida, pero me dejó pensando por años.
La primera vez que vi Superman yo tenía unos 8 o 9 años. En ese tiempo, eran pocos los superhéroes que existían en pantalla, y la versión de 1978 —que pasaron años después por RCTV o Venevisión, los canales más vistos de su época en Venezuela— seguía siendo agua fresca para ese momento. Tenía todo: un héroe noble, un villano elegante, música épica y una historia que incluso hoy se siente limpia.
Recuerdo con mucha nitidez una escena. Lex Luthor lanza dos misiles nucleares, uno hacia la falla de San Andrés y otro hacia Hackensack, en Nueva Jersey. Mientras tanto, deja a Superman debilitado por una cadena con kriptonita. Su asistente, Eve Teschmacher, sabiendo que su madre vive en la zona del segundo misil, lo libera para que pueda detener la tragedia. A cambio, le pide que salve primero el misil que va a su ciudad.
Superman logra detener uno, pero el otro impacta. Todo se vuelve un caos: una represa se rompe, un pueblo se inunda, un tren pierde su vía, y él lo sostiene con su cuerpo. Una escena tras otra, corre, vuela, salva vidas. Pero no a todas. Cuando llega donde está Lois Lane, ya es tarde. Su auto ha quedado sepultado tras un deslizamiento, y muere asfixiada. Superman grita, se quiebra, y por primera vez lo vemos llorar.
Y entonces pasa lo que, como niño, me dejó boquiabierto: Superman vuela alrededor del planeta tan rápido que hace que la rotación de la Tierra se invierta, y con ello, el tiempo también. Así logra regresar justo antes de la muerte de Lois… y la salva.
En ese momento, con mis ojos de niño, yo creí que eso podía ser real. Pregunté muchas veces a los adultos. Pero siempre me respondían con un seco: “Eso son solo películas.” No me quejo de mi infancia, tuve una infancia bastante buena. Pero sí me hubiese gustado recibir otro tipo de respuestas.
Algo como: “No hijo, eso no es posible, porque si la Tierra girara al revés de golpe, causaríamos tormentas, terremotos y desastres sin fin.” O quizá una que me encantó descubrir años después: “Y a cuánta velocidad crees que deberías ir para lograr eso sin destruir todo a tu paso.” Otra: “Aunque volaras así, la ciencia no respalda que eso revierta el tiempo. Tendrías que ir más allá de la velocidad de la luz, y ni siquiera así es seguro.”
Hubiese agradecido tanto ese tipo de conversaciones.
Porque el cine, por muy fantasioso que parezca, puede ser una excusa maravillosa para hablar de cosas reales. De ciencia, de decisiones, de emociones, de límites y posibilidades. Superman puede ser una vía para hablar de física, de ética, de esperanza, o de qué hacemos cuando sentimos que no pudimos salvar a alguien a tiempo.
Desde esa escena se pueden sacar preguntas como:
— ¿Qué pasaría si te crías en otro planeta con gravedad distinta?
— ¿De dónde saca Superman su fuerza, y por qué aquí es más poderoso?
— ¿Quién le hace la ropa si es invulnerable?
— ¿Y si su nave no hubiera caído en Estados Unidos, sino en China o Venezuela? ¿Sería el mismo Superman?
— ¿Qué hace que una vida, por más pequeña que sea —como la de una ardilla—, merezca ser salvada?
— ¿Qué significa realmente ser humano?
— ¿Y cuáles son las implicaciones éticas de usar la inteligencia para el bien o para el mal?
No necesitas hablar de cosas reales para enseñar verdades. A veces una historia descabellada puede ser la mejor excusa para aprender algo importante. Como padre, madre o hermano mayor, a veces basta con sentarte con un niño y dejarte llevar por la pregunta más absurda, porque detrás de ella hay una búsqueda de sentido.
Superman siempre ha representado ese deseo profundo de hacer el bien por encima de todo. Incluso en versiones actuales —perdón por el spoiler— hay momentos donde salva a una simple ardilla, o se detiene por su perro. Esa elección, por pequeña que parezca, lo hace más complejo: no es solo vencer al monstruo, sino proteger incluso lo frágil, sin que nadie salga lastimado.
Hoy, al mirar atrás, entiendo que esa escena me marcó no porque girara la Tierra, sino porque me enseñó que cualquier historia —incluso la más fantástica— puede ser una excusa para conversar. No solo Superman. Cualquier película, por simple o exagerada que sea, puede abrir la puerta a una conversación seria: sobre ciencia, sobre valores, o sobre esas personas que hacen las cosas bien mil veces y nunca dejan de intentarlo.
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